Esta semana estamos comenzando a experimentar una bajada de las temperaturas considerable. Y es que, a pesar de que todavía no hemos alcanzado oficialmente el invierno el frío parece que ha llegado para quedarse.
Esta sensación térmica afecta a todos los seres vivos, en mayor o menor medida, lo que ha hecho que todos hayamos desarrollado determinados mecanismos de defensa para protegernos de las
inclemencias meteorológicas tan características de esta época del año.
Uno de los sistemas que emplean los mamíferos es tiritar. Este espasmo de los músculos en el que movemos todo el cuerpo permite que la temperatura corporal se mantenga a los niveles
normales, es decir, entre 36 y 37 grados.
En épocas de bajas temperaturas es muy frecuente que las articulaciones y los músculos se resientan, puesto que es un reflejo corporal: cuando hace frío contraemos nuestro cuerpo y tendemos a encogernos. También resulta habitual que los dientes castañeteen o que el vello corporal se erice y se ponga “piel de gallina”.
Pero ¿quién decide que nuestro cuerpo reaccione de esta manera? Una zona del cerebro conocida como el hipotálamo. Se trata de una glándula que se encarga de ser el termostato de nuestro cuerpo. Provoca que tengan lugar estos espasmos lo que ayuda a que los órganos vitales estén a salvo.
El objetivo del hipotálamo es preservar el calor central del cuerpo humano, cueste lo que cueste. Esto explicaría por qué manos o pies sufren tanto cuando hace mucho frío: los niveles de sangre
caliente se mantienen en el centro, haciendo que las extremidades no dispongan de sangre suficiente y, en ocasiones, notemos cierto cosquilleo.
La piel es la primera en el frente de batalla contra el frío, por eso es tan importante hidratarla correctamente todo el año, para mantenerla a salvo. Cuando las temperaturas son extremadamente bajas se puede dar que partes de la piel se congelen, rompiendo los tejidos cutáneos.
Si la temperatura corporal baja de 32 grados es muy posible que el cuerpo experimente una pérdida de la noción del tiempo, dificultad para hablar y para coordinar movimientos. Cuando el
frío es extremo se puede perder el conocimiento y presentar dificultad para respirar.
Otra de las consecuencias de la exposición a temperaturas bajas es la congelación de las corneas oculares. Al estar en contacto directo con el viento, si los ojos no están protegidos es probable que
se acaben congelando los globos. Si es algo leve el oculista puede proporcionar una solución al problema pero, si el tiempo que se está en exterior se prolonga puede llevar a una pérdida total o
parcial de visión. Por eso es recomendable utilizar gafas deportivas cuando se practican deportes de invierno, para evitar que el contacto directo de los rayos del Sol con el aire gélido afecte a
nuestros ojos.
Tras repasar lo que el frío es capaz de hacer a nuestro cuerpo sólo podemos decir: ¡No olvidéis abrigaros adecudamente y nos vemos en la próxima entrega de Ciencia Divertida!